El cinéfilo tecnológico: Tetris (2023)

Negociaciones ochenteras peligrosas: Un videojuego en sí mismas

No es intencionado, pero parece que nos ha dado últimamente por encadenar reseñas cuya temática es el mundo de los videojuegos, aunque la anterior fuese un documental (Tribute), y esta de hoy una película que, aunque basada en hechos reales, resulta rocambolesca y por tanto muy peliculera (habría que ver cuánto hay de fidedigno y cuánto de invent).

Este film británico narra la historia de las complicadas negociaciones que fueron necesarias para llevar al exitoso Tetris, videojuego creado en la URSS, al resto del mundo. No haría falta explicarlo, pero se trata de uno de los juegos (y no es necesario particularizar en el mundo informático, porque trascendió al mismo) más populares del siglo pasado, un auténtico icono de la cultura pop de los ochenta y noventa. Quién no ha jugado o como mínimo ha visto jugar a alguien a ese puzle de piezas que caen y hay que girar y encajar de la mejor manera posible para que no se produzca en la pantalla una acumulación de bloques propia de alguien con síndrome de Diógenes.

La película me produce sensaciones encontradas, ya que trata de algo que forma parte de mis recuerdos de infancia, adolescencia y juventud, pero se centra en un aspecto que, sin negar su interesante e intrincada historia, y lo bien narrada que está en general, a mí me motiva poco, la verdad. Se inicia con ese homenaje a las imágenes de 8 bits que se mantiene en varios momentos de todo su desarrollo como recurso estético nostálgico, introduce de manera fluida en el origen del juego, y me convence cuando el protagonista, el comercial del sector Henk Rogers, interpretado por Taron Egerton, explica algo que muchos hemos vivido: cómo llega un momento, tras jugar al Tetris, en el que por las noches sueñas con piezas cayendo.

Sin embargo, cuando la trama se mete de lleno en esa competitiva y frenética historia de negociaciones, ofertas, contraofertas, contratos y precontratos, en el escenario del choque entre el capitalismo occidental y el comunismo ya en decadencia de la vieja URSS, no puedo evitar desconectar de la historia, y lo malo es que, por muy interesante que sea y muy bien contado que esté, eso es el 80% o más de la película.

Hay detalles en los que vuelvo a engancharme puntualmente: Cuando explican cómo el programador del videojuego, Alexey Pajitnov, al que da vida Nikita Efremov, utilizó un ordenador que ya era viejuno para aquel 1982, y con su lenguaje de programación en el que no podía usar gráficos, las piezas del juego eran simples paréntesis… pero parecía igual de efectivo y adictivo. En ese mismo formato se cuenta también (tal vez el momento sea otro invent) cuando deciden que al completarse cuatro líneas del tirón (con la pieza del palo alargado), hay que hacer desaparecer en el acto las cuatro líneas.

Hay otras referencias a aquella época clásica de los videojuegos, como una persecución real de coches que, cuando chocan, de repente se pixelan a lo 8 bits (de nuevo con el citado recurso estético del principio), jugando con la parodia de hacer ver este tipo de secuencias cinematográficas como si fueran videojuegos. O las metáforas basadas en juegos de Nintendo que le hace Henk Rogers al jefazo de aquella compañía japonesa para camelárselo. En definitiva, que se me ve el plumero y solo me entretengo en la película cuando se referencia a la parte que de verdad me divierte, como friqui de aquella época de los videojuegos que soy. Con la otra parte me pierdo: Llega un punto en el que ya no sé quién tiene los derechos sobre la versión del juego en PC, en consola, en arcade o en Gameboy, quién está engañando a quien y por qué, etc. Y para colmo (y esto sí es una crítica directa a la película), nos vuelven a colar por millonésima vez en la historia del cine la escena del padre que se pierde la actuación de su hija (y no os quejéis, que a estas alturas ese cliché ya no se puede considerar spoiler, por favor…)

 

Nota del Pulpo: 6,5 / 10